Poli
y Fernando Akselrad, nuestros fundadores
Fernando,
fue el 2º de cinco hijos de una joven pareja
de inmigrantes. Sus padres y su hermano mayor
vinieron por etapas, uno por uno, desde una Europa
que apenas lograba levantar cabeza después
de la 1º guerra, y donde ya se empezaba a
padecer la persecución racial.
Su
padre fue hachero en el monte chaqueño,
fue jornalero en la zafra de algodón en
los campos santiagueños, hasta que tuvo
la oportunidad de aprender el maravilloso y sacrificado
oficio de hacer pan. Oficio, que, con el correr
de los años transmitió a todos sus
hijos.
Su
madre, alma de la familia, fue una compañera
infatigable, sagaz y emprendedora.
Fernando
heredará todas las características
de aquella corriente inmigratoria: la fortaleza
ante la adversidad, el impulso hacedor, la necesidad
imperiosa de mantener aglutinada a la familia.
Fue
un estudiante excelente. Abanderado. Y fue maestro
con apenas 16 años. Tuvo la oportunidad
de seguir estudiando gracias a una beca obtenida
en premio a sus méritos. Beca que mantuvo,
por sus brillantes calificaciones, a lo largo
de su carrera en Catamarca.
Cada
verano regresaba a casa, allá en Añatuya,
y ayudaba a sus padres y hermanos en el reparto
del pan trepado a un carro.
Al
cabo de los cuatro años regresó
a su pueblo convertido en el 1º profesor
de Matemática titulado, habiéndose
recibido además con honores académicos
y
se inició allí
como profesor,
enseñando en la Escuela Normal y en la
Escuela Técnica.
Poli
fue la menor de cuatro hermanas, de una familia
criolla.
¿Su
padre? Ferroviario, y como tal itinerante por
distintos pueblos del norte argentino, hasta que
tuvo el orgullo de ser nombrado Jefe de Estación
en Añatuya. Tenía además
sensibilidad de artista, que afloraba al son de
su violín, su guitarra o su bandoneón.
Su
madre, ávida lectora, intuía que
la vida no se reducía al pago chico.
Poli
heredó el profundo amor a la tierra, también
el tesón, la responsabilidad y la gran
sensibilidad, tanto, como su afán de progresar.
Por
eso quiso estudiar en una época en que
no era común para la mujer.
Y
fue maestra, y con orgullo y pasión fue
maestra rural en la campaña santiagueña.
Y
supo de las dificultades del aislamiento, y supo
de la ternura inmensa de esos changuitos,
hijos del monte, y también de la
resistencia de sus padres que se negaban a mandarlos
a la escuela, con un total, para qué
quieren estudiar.
Y
unieron sus vidas, contra viento y marea, ya que
sus familias pertenecían a distintas religiones.
Y el amor fue tan grande que pudieron demostrar
que lo que verdaderamente importa es el respeto
por el otro más allá de sus creencias.
Y
cuando los vientos de cambio soplaron en la realidad
del país de aquel entonces, un buen día
amanecieron sin trabajo, integrando listas
negras.
Este
hecho trastocó sus vidas, y transformó
un viaje de visita a casa de una hermana en Bs.
As. en una oportunidad para iniciar una nueva
vida. Sí, aquella injusticia tan grande
fue la que los impulsó a emigrar, teniendo
ella apenas 23 años y él 27, un
título cada uno, un hijo de 5 meses y todas
las ansias de forjar un futuro.
Gracias
a Dios encontraron en Monte Grande muy buenas
personas. Que los ayudaron. Que confiaron en ellos.
Que los alentaron. Que les dieron una oportunidad.
Aquella
fue una época fundacional, pujante, con
una legislación propicia para atender las
necesidades de una comunidad en crecimiento.
Fueron,
junto a otros profesionales, co-fundadores de
diversas escuelas estatales de la zona.
Trabajaron
incansablemente
en distintas escuelas
los tres turnos.
Creían
en la educación, amaban lo que hacían
y se comprometían profundamente con ello.
Y
empezaron a soñar con un proyecto propio,
y trabajaron más aún, y lentamente
fueron concretando esa utopía, donde volcaron
todas sus fuerzas, sus esperanzas, sus desvelos.
Siendo
agradecidos por la ayuda que recibieron, procuraron
siempre dar una mano a los que la necesitaban.
Siendo
de orígenes distintos y habiendo probado
el sabor amargo de la persecución, el respeto
y la libertad fueron banderas inclaudicables.
Fueron
ejemplo inagotable de lo que es capaz el hombre
gracias a su esfuerzo.
Siendo
del interior de este gran país quisieron
preservar sus raíces.
Creían
firmemente en el valor de la familia y no descansaron
hasta reunir la propia nuevamente aquí,
en esta zona, como una nueva corriente migratoria.
Se
complementaban perfectamente.
Él
el ímpetu; ella
la calma.
Él,
la energía; ella, la dulzura.
Ambos
la firmeza, las convicciones, la rectitud.
Él
el impulso; ella
el equilibrio.
Él,
los números; ella, las letras.
Él
enseñando hasta en las madrugadas; ella
la taza de leche tibia, el mate y los sanguchitos
para todos.
Él:
su voz potente y su poncho al hombro; ella: su
buen humor y su risa contagiosa.
Ambos
la presencia.
Ambos
el
compromiso con la palabra dada.
Ambos
la
capacidad de entrega.
Ambos
la
visión.
Ambos,
el convencimiento de que la educación es
el camino.
Ambos,
la convicción de que los niños y
los jóvenes son lo más importante
con que cuenta una nación.
Ambos,
con la certeza de que un título es la mejor
herencia que un padre puede legar a un hijo.
Mirando
al porvenir de la Patria empleamos nuestro tiempo
en educación. Ese fue el lema.
Ellos
ya nos dejaron
Pero
sus voces resuenan en el patio, y sus enseñanzas
viven en los corazones de quienes los conocimos.
Para todos nosotros seguirán siendo el
Sr. Fernando y la Sra. Poli.
Familia,
Respeto, Responsabilidad, Solidaridad, Esfuerzo
Personal.
Ese
es el mandato fundacional.
Y
aquello que fue una academia para preparar alumnos
con dificultades en el estudio fue el origen de
todo
Y
ese impulso fundacional se mantuvo intacto a lo
largo de estos 50 años
Y
fue el colegio en Monte Grande
Y
fue el Profesorado
y el Jardín Maternal
Y
fue el colegio en Canning
Y
fue la Tecnicatura
Y
fue la Escuela de Negocios
Y
el impulso sigue intacto
Porque
el alma de una escuela cuando tiene estas raíces
no envejece, cada año se vuelve un poco
más vibrante.
Gracias
a todos por estar siempre.
Sepan,
que Ustedes forman parte de esta historia.
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